Varia infección

por | 10/06/2024

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Daniel Maldonado reflexiona en ‘Varia infección’ sobre la idealización de la autodestrucción y los vicios en la sociedad actual, advirtiendo sobre sus peligros y la necesidad de tolerancia y comprensión. Además, aborda el fenómeno preocupante del consumo fragmentario de música entre los jóvenes en TikTok. Un análisis profundo que invita a la reflexión sobre nuestras adicciones sociales y el futuro de la cultura digital.

EL HACHA EN LA RAÍZ

1. Creo que no conozco a nadie mayor de 25 años a quien todavía le guste el vodka. Tengo la teoría de que, alguna vez, a TODOS se nos fue la mano con ese destilado del Diablo y ya no lo podemos ni oler dice uno de los letreros de moda en las redes (o quizás no hay moda y sólo me lo muestra el algoritmo porque una vez comenté en la publicación).

La verdad es que no me agrada que se use el término “romantizar” en lugar de “idealizar”. Hay una distancia muy marcada entre el ideal y lo romántico, no sólo, lo romántico, en lo referente al movimiento cultural del que sólo permanece como la exudación de una cruda, aquel enfoque en lo emotivo por encima de la razón; en el romanticismo el ideal es un mero elemento sublimado como solía representarlo hasta antes de “la muerte de las utopías”, el arte con sentido trascendente y la substancia vital.

EJEMPLO HEDONISTA

Regreso al punto: no me gusta la idealización de la autodestrucción o de los vicios. Confundimos al testimonio honesto con el ejemplo hedonista. Tanto el abismo alcohólico y de otras sustancias combinadas como el proverbio de William Blake (“el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”) implican un precio monumental y daños tanto sociales al cuerpo y a la mente; de ellos que se retorna en un estado de locura, beatitud, salvación o lo peor: gazmoñería moralista que se asusta y regaña a quien ve como se vio. Además en lo referente a la autodestrucción la pena de no conseguirla es similar a la del suicida fallido: el íntimo pensamiento de que ni para eso sirve la persona. Como dice la mujer en el tema de los cantautores Jaime López y José Manuel Aguilera en El suicida: “mejor hacerse a la idea de… vivir”. 

Lo inevitable de la adicción

Una de las grandes desventajas actuales, a la vez lo más común entre la normalidad social es lo inevitable de la adicción: vigorexia, adicción a las redes, a la pornografía, al consumo, al streaming, al azúcar, al café, al chocolate, a los medicamentos controlados, a las grasas mono y polisaturadas-trans, a las harinas, al trabajo, al estrés, a la adrenalina, al sexo, más lo que se le ocurra. Incluso como dice un cartón del monero Jis: ahora incluso nos embriagamos en la propia virtud tras abandonar el vicio.   

Y entre todo este distópico existir valga abogar, como otro triste decepcionado por la autodestrucción fallida, por la tolerancia, la mesura y la comprensión de los móviles internos, emocionales, vivenciales y psicológicos que nos llevan al camino del exceso. 

Su seguro escribidor, por ejemplo, aún bebe unas cuantas cervezas (Estelas Artúas u oscuras, de preferencia, aunque siempre digo que “mala la que no hay”), unos vodkas, y quizás un sotolito y párele de contar. En casa y con la seguridad de que no habrá el peligro del traslado o la siempre ávida mordida y extorsión de los supuestos guardianes del desorden.  Quizás para algunos sea demasiada bebida.

Época de excesos

Para otra gente con el hígado y las entrañas fogueadas le parezca apenas un tentempié.

En la época de mayor turbulencia de mis excesos incluso caminaba ebrio rumbo a casa con las balaceras de fondo, me topaba con la mirada de los seres particulares que ocupan las calles a esa hora y el latigazo de la luz vigía, extrañada, de ciertos puercos con placa que no veían en mí la portación de rostro digna de extorsión, detención o (y) paliza como suelen hacerlo. Incluso entonces siempre llevaba un morral a lo Gato Félix, repleto de libros y chucherías útiles: un cepillo de dientes, alka zeltzers para aminorar la cruda (siempre beber dos justo antes de irse a dormir), chicles, un poco de rollo por si ocupaba algún sanitario, cinta scotch; el infalible encendedor, plumones y plumas, quizás algún agua mineral, copias de textos para los cursos impartidos y en el bolsillo una pipa para la yerba santa. 

Por ello, por las experiencias, no suelo asustarme ni sentirme ni más ni menos respecto a nuestra época de adicciones socialmente fomentadas. Sé que he caminado esos rumbos del exceso en pos del suicidio, patrocinado por ciertos camaradas, y no lo logré por más combinaciones que me dejaran un hígado hepático, hoy por fortuna y gracia de la biología y los cuidados amorosos de mi amors, Isadorita, reconstruido durante siete años de vida hogareña y una terapia medicinal. (Ese año la hepatitis se me juntó con el covid, el dengue y la pneumonía; de nuevo sobreviví, vaya usted a saber por qué o para qué si soy tan latoso, contreras y necio).

IDEALIZAR

Lo que sí reitero es que no se debe idealizar el camino de la autodestrucción dada la gran cantidad de gente sumergida en el infierno del alcohol y de otras drogas, al grado de ser una epidemia social silenciosa en nuestro dinosáurico estado (el consumo de “cristal”) y un problema social que grita su existencia por las calles del imperio decadente, el norte gringo, encadenado al uso del fentanilo. 

2. Me entero por un video de equis antes tuiter, compartido por un queridísimo amigo, que hoy, en ese vicio llamado tik-tok, se ha impuesto entre los jóvenes de quince a veinte años un modo de consumo de fragmentos musicales aterrador: la chamacada hace listas de fragmentos musicales con duración de entre treinta segundos y menos de un minuto en los que repiten la parte más pegajosa de un tema musical.

Es decir, aquél segmento popularizado por la red social china en la que hoy retornan temas desconocidos los cuales rara vez escuchamos por completo (“y se marchó y a su barco le llamó Libertad…”) o llegamos a frecuentarlos si la curiosidad o el azar nos hacen buscarlos o topárnoslos. 

LISTAS DE FIN DE AÑO

Olvídese de las listas a fin de año para presumir su consumo, gustos y aficiones melódicas en sporifái: las nuevas generaciones no conocen el disfrute de un tema completo, durante horas repiten fragmentos pegajosos en un acto similar al consumo de comerciales que auguraba la película Demolition man (El Demoledor, Marco Brambilla, 1993).

La memoria de pez ya no es sólo el nombre de un canal español con un tratamiento derechoso y manipulador de la historia: es también la realidad cognoscitiva del cerebro de los “nativos digitales”. Habrá que poner mucho empeño en moderar el contacto y educar para la recepción de las redes sociales a las que también somos adictos, sea por necesidad o por imperio de lo cotidiano.

El fenómeno se repite en varios países, naciones de Doris en cardúmenes digitales incapaces de la búsqueda mnemo-técnica más elemental. Nadaremos, nadaremos, ¿pero se romperá la red?

Contacto, funas y demás: sercianasercia@gmail.com 

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