México se suma tarde al debate regional sobre la reducción de la jornada laboral. ¿Será 2030 el año en que finalmente trabajemos 40 horas semanales? Una reflexión sobre el reto y la oportunidad histórica.
NUESTRA OPINIÓN
Mientras gran parte de América Latina ya recorre el camino hacia jornadas laborales más cortas, México apenas comienza a discutirlo con seriedad. Este 1º de mayo, Claudia Sheinbaum anunció que buscará reducir gradualmente la jornada laboral hasta llegar a las 40 horas semanales para el año 2030. No es una idea nueva, pero sí una segunda oportunidad para saldar una deuda histórica con la clase trabajadora mexicana. Y no es un detalle menor: la jornada laboral en México no se toca desde 1917.
Durante décadas, México ha figurado entre los países donde más se trabaja en el mundo. Según datos de la OCDE, los mexicanos laboran en promedio 2,226 horas al año, más que en Costa Rica, Chile, Israel o Rusia. Sin embargo, este exceso no se traduce en mayor productividad. Todo lo contrario: organismos internacionales como la OIT aseguran que trabajar más horas no significa trabajar mejor, y que jornadas más breves pueden incluso elevar la eficiencia y la salud de los empleados.
El contraste regional es cada vez más evidente. Chile ya legisló una reducción gradual que culminará en 2029. Colombia comenzó una ruta similar en 2021. Brasil impulsa el debate desde el Gobierno —inspirado en un video viral de TikTok— y Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei, marcha en sentido opuesto con propuestas para flexibilizar aún más los horarios laborales.
La reforma que Sheinbaum retoma enfrenta resistencias conocidas: las del sector empresarial, que insiste en que “no es el momento”, alegando temores por la productividad en medio de una posible recesión global. Pero ¿cuándo ha sido “el momento” para mejorar las condiciones laborales en México? Las reformas profundas nunca llegan con el viento a favor. Hay que empujarlas, dialogarlas, negociarlas, pero no seguir postergándolas.
El secretario del Trabajo, Marath Bolaños, ha hablado de abrir un diálogo amplio entre trabajadores, sindicatos y empresarios. Es lo mínimo exigible. Pero no puede ser una excusa para archivar nuevamente la propuesta. Se necesita voluntad política para concretar el cambio y visión de futuro para entender que mejorar el equilibrio entre vida personal y trabajo no es un lujo progresista, sino una necesidad urgente.
En este debate, que trasciende fronteras, México no debe quedarse rezagado otra vez. Un país más justo no se construye solo con megaproyectos y reformas estructurales; también con medidas que dignifican la vida cotidiana de millones. Reducir la jornada laboral no es una concesión. Es justicia social.
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