Educación en retroceso: el costo silencioso de la pandemia en México. El 67% de los jóvenes ya no supera la escolaridad de sus padres. La desigualdad se profundiza y los apoyos disminuyen.
Nuestra Opinión
La pandemia no solo dejó hospitales saturados y economías golpeadas; también fracturó de forma profunda el futuro educativo de millones de jóvenes mexicanos. Cinco millones de estudiantes abandonaron las aulas en ese periodo, según datos del Inegi, y aunque las clases presenciales regresaron hace tiempo, la brecha que dejó el cierre escolar sigue abierta… y creciendo.
Un informe del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) revela una cifra alarmante: entre 2016 y 2024, la proporción de jóvenes de 18 a 24 años que superaron la escolaridad de sus padres cayó un 67%. Dicho de otro modo, cada vez son menos los que logran dar ese “salto” que históricamente marcaba el camino hacia una mejor calidad de vida.
El retroceso no solo se explica por la pandemia. Factores estructurales como la pobreza heredada, la desigualdad de oportunidades y la falta de apoyos gubernamentales están dejando a las nuevas generaciones atrapadas en un círculo difícil de romper. El propio CEEY advierte que en México la probabilidad de que un joven alcance estudios universitarios es cuatro veces mayor si sus padres tienen licenciatura que si apenas cursaron la primaria.
Peor aún: los hogares con menor escolaridad son los que menos apoyo económico reciben. En 2016, este grupo obtenía el 50% de las ayudas para educación; en 2024, apenas el 25%. Además, el monto mensual bajó drásticamente: de 460 a 160 pesos. Si la educación es la escalera para salir de la pobreza, el Estado ha quitado peldaños justo a quienes más los necesitan.
LA POBREZA SE PERPETÚA
Esta tendencia es un recordatorio incómodo: la pobreza en México no solo se hereda, también se perpetúa cuando se debilitan los mecanismos de movilidad social. El país no puede darse el lujo de normalizar que el destino educativo de un joven dependa del nivel escolar de sus padres o de su tono de piel, como revelan los datos del CEEY.
En un escenario donde el 75% de los hijos de padres con primaria o menos no alcanza ni el promedio de escolaridad nacional, urge replantear las políticas públicas. Dirigir más recursos y becas a los hogares con mayor desventaja educativa no es caridad, es una inversión estratégica. La desigualdad no se corrige sola; necesita voluntad política, presupuestos sólidos y un compromiso real con la equidad.
La educación es la herramienta más poderosa para romper cadenas de pobreza. Ignorar esta crisis silenciosa es condenar a una generación entera a caminar con menos oportunidades que la anterior. Y en un país que se presume joven, eso es una deuda demasiado grande.






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