Eclipses, Apocalipsis, mitologías. ¿Por qué?

por | 09/04/2024

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EL HACHA EN LA RAÍZ

Eclipses, Apocalipsis, mitologías. ¿Por qué? Descubre por qué persisten las creencias infundadas en un mundo tecnológicamente avanzado. Desde eclipses hasta mitologías, explora cómo la ignorancia y el efecto Dunning-Kruger juegan un papel en nuestra percepción de la realidad. Un análisis profundo que desafía las ideas preconcebidas y te invita a cuestionar lo que crees saber.

Al eclipse total que vivimos en el norte de México lo rodeó una serie de fenómenos sociales que manifiestan el empobrecido nivel cultural y educativo en el que nos encontramos: desde la paranoia apocalíptica que auguraba “tres días de oscuridad” (o más), lo que llevó a compras de pánico y preparativos para un colapso de la civilización, sobre todo norteamericana, la paranoia; así como recetas mágicas, advertencias y ristras de rituales recomendados por “brujas” en las redes sociales; la prohibición de hacer de comer, limpiar, bañarse (diría la gente trabajadora en fondas, restaurantes e intendencia “ah, bueno, chiflo mi máuser”) hasta conspiranoia protagonizada por el colisionador de partículas (se abriría un portal para intentar comunicarse con “seres dimensionales oscuros”); una serie de cohetes espaciales lanzados “quién sabe con qué ocultos motivos de contacto extraterrestre o salida de las bases existentes”; hasta llegar a las infranqueables citas bíblicas que hablan del eclipse y que aseguran “el fin de los tiempos” una vez más. 

¿Pero por qué persisten las creencias infundadas?, ¿por qué si estamos casi finalizando el primer cuarto del siglo XXI y la tecnología y la ciencia permiten prodigios como la comunicación biónica entre un brazo robótico y un chip en el cerebro; si la ciencia médica ha prolongado la vida y los procedimientos quirúrgicos complejísimos pueden ser ambulatorios o realizados por robots microscópicos; si existen sondas y modelos tridimensionales explorando y dando registro instantáneo audiovisual del cuerpo que analizan; si podemos realizar una comunicación instantánea entre millones de kilómetros y tenemos en nuestros bolsillos aparatos que conjugan decenas de artefactos hasta hace menos de tres décadas enormes e individuales; si la inteligencia artificial permite hechos creativos instantáneos basados en frases simples, incluso crear cortos cinematográficos, todo esto usando bases de datos alimentadas vía la explotación laboral intensa en granjas de información?,  ¿Por qué la persistencia del pensamiento mágico, la conspiranoia, el regodeo en la más feroz ignorancia y en la osadía del hablar sin saber en una feroz ostentación del parecer confundido con el conocimiento?

Entre las notas de color con las que nos topamos con triste frecuencia se encuentran aquellas que portan a las mitologías y a las leyendas como base: desde el asesinato y exterminio de especies debido al temor a fuerzas mágicas (lechuzas y otras aves y animales de hábitos nocturnos confundidos con brujas, nahuales, aluxes y demás figuras del folklor) hasta el exterminio de especies nativas para rituales (colibríes hoy especie en peligro dado su uso en “amarres amorosos”; saqueo de huevos de tortuga que contiene el doble de colesterol que el de gallina; asesinato de gatos negros en Halloween), sin olvidar las eternas pareidolias, fenómeno de ilusión óptica que nos hace reconocer patrones conocidos en figuras aleatorias, tal como ver el rostro de un automóvil formado por los faros, la parrilla y la defensa; figuras en las nubes o apariciones de santos en tortillas, manchas de humedad, frituras con “la forma del líder” o cualquier otro personaje. 

Fenómenos específicos

No digo con esto que la dimensión sobrenatural o metafísica no deje de tener cabida en la existencia: experimentar fenómenos específicos puede ser igual a aquel cuento del elefante donde cada individuo en un grupo de personas en plena oscuridad se topaba una noche con una boa gigante –la trompa–, escuchaba el aleteo de alas enormes –las orejas–, chocaba con troncos gigantes y rugosos –las patas–, o con una montaña gigantesca de carne arrugada –el cuerpo–; o puede resultar en acontecimientos que aún no han sido develados por la ciencia y que se definen momentáneamente como espirituales, fantasmagóricos y mágicos según los paradigmas dominantes. Al final, como por ahí decían, el ser humano no puede vivir sin mitos y sin poesía. (En un ensayo el escritor tijuanense Heriberto Yépez hablaba del retorno maléfico de la metafísica ante la imposibilidad de ser extremadamente racionales). Daría para otro texto la experiencia personal. 

Pero en lo referente a las creencias infundadas se nos explica con la ya aludida digresión entre opinión y conocimiento: parece que el acceso a la comunicación instantánea y a la expresión en línea genera marejadas de personas y personajes que confunden su opinión con el conocimiento comprobable, de fuente confirmada, cita específica contrastada y enmarcada en un cuerpo de conocimientos que han sobrevivido a la polémica y al análisis con bisturí (“y sin embargo se mueve”) frente al mero parecer y la confianza de creerlo porque “lo digo yo” y porque “soy 100tifiko” o porque lo acabo de leer e incorporar y quiero compartirlo ya en mi espacio de filosofía amateur en yutú, tiktok y demás espacios monetizables. 

Efecto Dunning-Kruger

Algo más que explica la persistencia de tales percepciones infundadas es el efecto Dunning-Kruger basado en un ensayo de 1999 nos explica por qué “los tontos están tan convencidos y los inteligentes llenos de dudas”. El estudio refiere a la sobrevaloración de la ignorancia y a la subestimación del conocimiento: a mayor ignorancia, mayor confianza en lo poco que se sabe; a más conocimientos, más dudas generadas respecto a esa información y los límites y alcances que presenta. 

En el caso de milenarismos, conspiranoias, creencias mitológicas, religiosas y fantásticas el peso de la tradición y la respuesta sencilla ante lo desconocido son un lugar más cómodo que el escepticismo, mucho más cuando la dimensión de la ignorancia respecto a las tecnologías más cotidianas no nos lleva a preguntas elementales acerca de cómo funcionan los objetos habituales: ¿sabe usted cómo funciona la pantalla táctil de sus dispositivos, cuál es la diferencia entre led, qled y oled de los televisores, el modo en que se transmiten datos por wifi, cómo funcionan una bocina, unos audífonos o ipod o cómo se construyen los objetos cotidianos que utiliza?

Esa es la dimensión desconocida real que nos mantiene en una confiada oscuridad y que contribuye a que persistamos en la respuesta más inverosímil: sea ésta entender por alas gigantes unas orejas de un elefante en la oscuridad o creer en una mancha con forma religiosa o un texto oscuro alegórico de hace miles de años, transmitido por una tribu de pastores, en donde se consideran señales inequívocas fenómenos constantes como los desastres naturales, las enfermedades pandémicas, las guerras y la aparición de figuras autodenominadas mesiánicas. Lo sano siempre será dudar, cuestionar e indagar y no salir temeroso a atiborrarse de papel de baño.

¿Por qué ese afán de recibir el fin del mundo con el orto limpio?, ¿qué dirán los psicólogos al respecto? Ojalá veamos un enésimo fin del mundo y nos toque un tercer eclipse dentro de poco más de 30 años. En el inter seguiremos topándonos con muestras de pensamiento arcaico-cómico-mágico-musical. Y quien esté libre de ello que aviente el primer cuarzo.

Contacto, funas y demás: sercianasercia@gmail.com 

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