- Simon Yates conquista el Giro y deja sin gloria a Del Toro.
- El mexicano de 21 años, pierde la maglia rosa en un duelo que no fue.
- Mientras Richard Carapaz queda fuera del podio. Una jornada que fue ciencia, emoción y drama en la alta montaña.
El ciclismo moderno ya no se entiende sin ciencia. No hay locura sin conocimiento, ni épica sin planificación. Pero los aficionados, los de alma clásica, siguen creyendo en los mitos, en el dolor sublime de las montañas, en gestas que se escriben con sudor y piernas temblorosas. En eso creyeron este sábado, mientras se subía Le Finestre, ese coloso alpino que es más ventana al infinito que paso ciclable: 2.178 metros de altitud, 19 kilómetros al 9%, 45 curvas de herradura y ocho de ellos de grava. Allí, donde el aire escapa de los pulmones, se selló el destino del 108º Giro de Italia.
Fue en ese escenario que Richard Carapaz lanzó un ataque lejano, a 42 kilómetros de meta. Isaac del Toro, el joven prodigio mexicano, respondió. También lo hizo Simon Yates, el inglés que aún tenía cuentas pendientes con esta carrera. Eran tres campeones de generaciones y mundos distintos, tres historias que convergieron para ofrecer 60 minutos inolvidables.
Yates, el invisible
Mientras un solitario Chris Harper, australiano del equipo Jayco, resistía al frente de la fuga, Yates jugó su carta maestra. Tercero en la general al inicio del día, a 1m21s de Del Toro, atacó cuando más dolía. Fue una ofensiva científica, fría, precisa: el ataque del olvidado, del que nunca había gastado más energía de la necesaria en todo el Giro. A 32 de meta, ya era líder virtual.
El duelo que nunca fue
Carapaz dudó. Del Toro lo marcó. Entre faroles y vigilancia, ninguno se atrevió a colaborar. Esperaban. Se vigilaban. El miedo a perder fue más fuerte que el deseo de ganar. La ventaja de Yates creció. En la cima de Le Finestre, su renta era de 1m40s. Del Toro tomó la delantera en el descenso, pero ya era tarde. Van Aert, como una pieza de ajedrez del equipo Visma, esperaba a Yates para llevarlo hasta Sestriere. Del Toro y Carapaz levantaron el pie. Perdieron el Giro sin pelearlo.
La sentencia
Yates cruzó la meta en tercera posición, pero con el Giro en el bolsillo. Lloró junto a las vallas, abrumado por la emoción. Del Toro llegó más de cinco minutos después, noveno, aún vestido de rosa. Sonrió, saludó, abrazó a su compañero Pellizzari y reconoció al vencedor:
“Chapeau para Simon Yates y el Visma, que lo han hecho muy bien. Hay que ser un gran ganador y un buen perdedor, y creo que soy un buen perdedor”, dijo el único mexicano que ha vestido la maglia rosa.
El lamento de Carapaz
El ecuatoriano, fuera del podio, no ocultó su frustración:
“Él perdió el Giro. No supo correr bien y ganó el más inteligente”.
Una crítica que remite a lo que él mismo protagonizó en 2019, cuando ganó el Giro ante la pasividad de Roglic y Nibali. Entonces, fue Latinoamérica quien celebró. Esta vez, lloró.
Tres historias, un final
Yates, nacido en Burly, hijo de la generación dorada del ciclismo británico; Carapaz, campesino de los Andes, forjado en la altitud y el trabajo; Del Toro, joven de Ensenada, nativo digital, de un país sin tradición ciclista pero con sueños gigantes. Tres mundos que se cruzaron en una jornada brutal. Uno ganó. Otro se consagró. Uno más aprendió.
El ciclismo del siglo XXI no perdona los errores. La ciencia ya no se improvisa. Y la gloria, aunque siempre requiere piernas, se gana con cabeza.
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