Sheinbaum y el agua: el riesgo de repetir la historia del “nos han dado la tierra”. Un choque entre buenas intenciones y malas decisiones que podría marcar al país.
NUESTRA OPINIÓN
Noviembre no pudo empezar peor para el Gobierno de Claudia Sheinbaum. El asesinato del alcalde Carlos Manzo el primer día del mes cimbró al país y dejó claro que la violencia no concede treguas ni cortesías inaugurales. Pero aquel fue solo el primer golpe. Después vinieron las protestas del campo, que lejos de apagarse, en diciembre ya amenazan con convertirse en una tormenta política.
Morena ha hecho escuela de un estilo de Gobierno que prefiere las soluciones fáciles a los diagnósticos profundos. Desde la cancelación del aeropuerto —aquel gesto fundacional del obradorismo que costó más de 113 mil millones de pesos según cifras de la ASF— hasta ocurrencias como las farmacias ambulantes, el oficialismo ha navegado con la peligrosa convicción de que gobernar es cosa sencilla.
Pero esta vez el Gobierno parece haber tocado una fibra distinta: la del campo.
Una reforma necesaria… y mal ejecutada
La reforma al régimen del agua pudo ser una oportunidad histórica. El país necesita, con urgencia, reglas claras que ordenen el uso del recurso, frenen abusos, garanticen sostenibilidad y pongan el bien común por encima de la voracidad criminal, comercial e incluso gubernamental.
En papel, la iniciativa cumple con ese propósito. En ejecución, es otro capítulo del mismo error: diseñar el país desde la Ciudad de México, sin escuchar a quienes realmente lo sostienen.
Los productores —grandes, medianos y pequeños— cargan tres crisis simultáneas que la administración no ha sabido atender:
- La inseguridad, que los desangra con extorsiones y los pone en riesgo constante en carreteras.
- Un ciclo económico adverso, agravado por precios internacionales bajos, dólar barato y la eliminación de apoyos federales.
- El temor a perder sus derechos de agua por vacíos legales y sanciones desproporcionadas en la propuesta de reforma.
Antes de los bloqueos carreteros que paralizaron al país la semana pasada, líderes del campo —como el Consejo de la Cuenca del Río Bravo— pasaron horas con directivos de Conagua explicando los errores del proyecto. Lo hicieron con tiempo, con argumentos y con la intención de evitar la crisis. Nadie los escuchó.
La soberbia burocrática como regla gubernamental
Lo más grave es que el conflicto era evitable. Bastaba con que Conagua reconociera que había puntos por corregir y lo comunicara. Bastaba con que Gobernación hiciera su trabajo preventivo. Bastaba con que el Gobierno entendiera que una reforma de escritorio puede convertirse en una tragedia en territorio.
Pero la administración apostó —otra vez— por la soberbia burocrática: creer que dos horas de mañanera sustituyen al país entero.
La identidad que se defiende con agua
A Claudia Sheinbaum ningún colectivo le había demostrado, hasta ahora, que no es lo mismo desmantelar instituciones desconocidas que tocar la identidad de quienes viven del agua y de la tierra.
Juan Rulfo lo explicó mejor que nadie: en El llano en llamas, el cuento “Nos han dado la tierra” muestra cómo una reforma agraria bien intencionada acabó entregando desiertos que no daban para vivir.
Hoy el riesgo es similar: que la nueva reforma termine siendo un “Nos han dado el agua”, pero al costo de cancelar el futuro del campo mexicano.
El Gobierno ya prometió seguridad en carreteras, revisar apoyos y corregir errores en la reforma. Ojalá lo cumplan.
Ojalá esta vez no tengamos que escuchar, desde algún páramo burocrático, una explicación tardía, rulfianamente lastimera, de por qué otra buena intención terminó convertida en abandono.






0 comentarios