África: Dos años después del encuentro. Una mirada íntima a dos años de un proyecto artístico comunitario en Kenia y Tanzania. Un relato sobre cómo el arte transforma, empodera y regresa como un espejo que revela identidad, dignidad y humanidad compartida.
Por Abrelatas
“La identidad se descubre en el espejo del otro”, escribió Octavio Paz, y quizá pocas geografías han devuelto un reflejo tan nítido a los laguneros como Kenia y Tanzania. Hace dos años, en Mashuuru —entre el polvo rojo de Kajiado y las sonrisas de cientos de niñas maasai— comenzó un gesto artístico que no imaginaba su verdadero tamaño. Hoy, ese gesto se ha convertido en una ruta de regreso: una que confirma que el arte, cuando se siembra en comunidad, no decora… transforma.
Sabrina Coco y César Garza lo saben. Ellos no llegaron a África a imponer colores, sino a escucharlos. Y lo que encontraron no fue pobreza, ni carencia, ni exotismo de postal. Encontraron dignidad. Una dignidad que se defiende con murales, con libros hechos de cartón reciclado, con brochas que pasan de mano en mano como si fueran antorchas que iluminan futuros posibles.
Esta intervención comunitaria, documentada meticulosamente en su presentación de resultados , comenzó con un objetivo sencillo pero poderoso: hacer del arte un motor de cohesión en zonas vulnerables, aquellas donde la desigualdad, la inseguridad o la falta de oportunidades suelen ser paisaje cotidiano. Lo que terminó ocurriendo fue una cadena de aprendizajes que corrió en ambos sentidos del océano.
La escuela que se llenó de colores
En la escuela católica para niñas Eselenkei Supat, en Mashuuru, se pintaron 122 metros de mural en solo diez días . Pero no fue pintura lo que quedó en las paredes: fueron historias.
Niñas que apenas comenzaban a imaginar un futuro sin matrimonios forzados participaron en el diseño colectivo de los murales. Artistas emergentes de Nairobi —jóvenes con talento desbordante, pero sin acceso a formación— recibieron capacitación técnica y logística. Y las mujeres que encabezaron el proyecto mostraron, con su sola presencia, que el destino no está escrito: se construye.
Aquí, el arte no fue un lujo: fue un recordatorio de agencia.
Tanzania: Libros que empoderan y murales que enseñan
En Lemara, Tanzania, el arte tomó otra forma: libros cartoneros hechos con materiales reciclados . Para muchos niños y niñas entre 11 y 13 años, fue la primera vez que una historia —la suya— se convertía en un objeto físico que podían tocar, leer, guardar.
En Sanawari, la intervención fue distinta pero igual de profunda: murales educativos para una pequeña escuela que atiende a 60 niños sin acceso a educación formal. Tres pizarrones, 120 cuadernos, gises, brochas, pintura… lo que para nosotros es insumo básico, para ellos es inicio de oportunidad. Y sobre todo, capacitación a los docentes para que el color y el aprendizaje sigan floreciendo incluso sin artistas visitantes.
Los resultados detrás del color
Este esfuerzo —modesto en recursos, inmenso en alcance— trabajó con más de 200 beneficiarios directos en Kenia y Tanzania, con costos que sorprenderían a cualquiera que entienda cómo se administra un proyecto internacional:
• $139,000 MX para la intervención en Kajiado
• $11,300 MX para los libros cartoneros
• $10,700 MX para la escuela de Sanawari 
Pero lo realmente valioso no cabe en presupuesto: está en los saludos maasai, en las manos que se tienden sin idioma de por medio, en la certeza de que el arte sigue siendo una de las últimas formas puras de resistencia.
Lo que sigue
El proyecto no se detiene. Se busca financiar:
• La primera exposición en México para los artistas kenianos formados en Kajiado
• La venta de libros cartoneros para sostener proyectos en Tanzania
• Dos becas educativas para jóvenes de la comunidad de Mushuuru
• Y la preparación de la intervención África 2026 (estimada en $160,000 MX) 
África enseñó algo fundamental: la ayuda no es unidireccional. Siempre regresa. Siempre transforma.
Epílogo: Volver al encuentro
César escribió hace dos años sobre ese hombre maasai que le tocó la cabeza, lo bendijo y lo miró como quien observa un espejo antiguo. Hoy, aquella escena vuelve a cobrar sentido. Porque eso fue el proyecto completo: un encuentro que no terminó, que sigue latiendo entre murales, libros, colores y caminos de tierra roja.
Quizá ese sea el verdadero trabajo del arte comunitario: recordarnos que, más allá del ruido político, de las violencias y del cansancio cotidiano, seguimos siendo capaces de reconocernos en el rostro del otro.
Y que, cuando eso ocurre, la humanidad vuelve a ser hermosa.
-AGV






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