La relación entre el trauma psíquico y su influencia en la salud tanto física como mental ha sido ampliamente comprobada. Específicamente, haber experimentado un trauma durante la infancia se ha asociado con un mayor riesgo de padecer obesidad, hipertensión, diabetes, enfermedades cardiovasculares, ictus y diversos tipos de cáncer. La interacción entre el entorno traumático y la mente, así como su influencia mutua sobre el cuerpo, se ha vuelto cada vez más reconocida.
Esto ha llevado a la evolución de la medicina narrativa, donde los médicos del siglo XXI deben comprender las emociones y vivencias de los pacientes, mientras que los psicólogos deben profundizar en las respuestas neuroendocrinas al estrés y su impacto en el sistema inmunológico. En resumen, la mente no es simplemente un ente abstracto, sino el producto de un organismo complejo resultado de la evolución.
Los efectos del trauma en la vida psíquica del individuo son aún más evidentes: aumenta significativamente el riesgo de tabaquismo, consumo de sustancias ilícitas, depresión y suicidio.
El cerebro infantil sometido al trauma parece desajustar sus mecanismos de adaptación y supervivencia. En estudios de neuroimagen, se ha observado una reducción en la sustancia gris en áreas como el hipocampo y la amígdala, así como la posibilidad de acortar los telómeros en los cromosomas, que son responsables de proteger el material genético.
La influencia deletérea del trauma se extiende incluso a los mecanismos de transmisión genética, ya que la genética puede predisponer a ciertas reacciones ante el trauma.
Para comprender la biología de la mente, es esencial considerar un enfoque circular, examinando los sistemas complejos de retroalimentación y las sinergias entre múltiples factores, y analizando cómo el organismo humano se integra en su microsistema.
La conceptualización del trauma ha evolucionado a lo largo de los años. Incluso antes de Freud, se hablaba de las neurosis traumáticas, en gran parte relacionadas con las heridas de guerra.
El primer psicoanálisis vinculó las neurosis con experiencias traumáticas, como el abuso sexual o el maltrato, pero las secuelas de las guerras mundiales volvieron a relegar el trauma. La experiencia de los sobrevivientes del Holocausto y la Guerra de Vietnam fue crucial para dar forma al campo de la psicotraumatología y llevar al reconocimiento del trastorno de estrés postraumático (TEPT) en 1980.
El TEPT, caracterizado por recuerdos angustiosos recurrentes, pesadillas y reacciones fisiológicas intensas, es solo una de las rutas postraumáticas que pueden desarrollar las personas. Muchos otros pueden experimentar depresión, bulimia, psicosis o trastorno límite de personalidad.
Entonces, ¿qué es realmente el trauma? Inicialmente, se definió como «una situación extrema que pone en peligro la vida o la integridad del individuo, vivida con intenso terror o indefensión». Sin embargo, en la definición actual, la importancia del hecho objetivo ha disminuido y ha cobrado relevancia la vivencia subjetiva y los sentimientos asociados.
Esto ha llevado a la expansión de las situaciones consideradas traumáticas, incluyendo situaciones de discriminación, pobreza y otras adversidades.
Si bien este cambio puede validar las vivencias interiores de las personas, también existe el riesgo de que el término «trauma» pierda su significado al utilizarse para describir una amplia gama de experiencias dispares.
En medio de esta evolución conceptual, es esencial recordar y respetar las verdaderas experiencias de trauma que tienen un impacto significativo en la vida de las personas.
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