¿Prohibir o comprender? El dilema de los corridos tumbados en México. Analizamos los riesgos de censura, el papel del Estado y la resistencia cultural.
Nuestra Opinión
Barack Obama incluyó en 2023 a Peso Pluma en su lista de canciones veraniegas. Parecía un guiño ligero a la fiebre global del regional mexicano, pero dos años después, esa elección sería impensable. Los corridos tumbados y narcocorridos viven hoy un momento incómodo: su éxito comercial contrasta con la polémica ética de narrar, o incluso glorificar, a figuras del narcotráfico.
El reciente caso de Los Alegres del Barranco, quienes homenajearon en un concierto universitario al líder criminal El Mencho, encendió la mecha. Estados Unidos reaccionó retirándoles el visado, mientras en México varios estados —incluido Jalisco— han prohibido espectáculos que hagan apología del narco. El episodio desató viejas preguntas: ¿se debe censurar este tipo de música?, ¿hasta dónde llega la libertad de expresión cuando se normaliza la violencia?
Para voces como Diego García, del colectivo Preciosa Sangre, y Ainhoa Vásquez, autora de Narcocultura, los corridos son más que entretenimiento: son una crónica viva de las periferias, donde el Estado está ausente y la violencia forma parte del paisaje. Pero también, advierten, han cruzado la línea, pasando de relato a exaltación.
El gobierno de Claudia Sheinbaum ha lanzado “México canta y encanta”, buscando promover música sin violencia. Aunque bien intencionada, la medida corre el riesgo —según García— de intentar controlar la narrativa cultural de un país que históricamente ha cantado desde la rebeldía y la marginalidad.
Artistas como Junior H y Grupo Firme empiezan a tomar distancia. Las amenazas legales, la presión mediática y el cambio de humor social están forzando una transformación en el género. Sin embargo, como recuerda el sociólogo José Manuel Valenzuela, los intentos de censura nunca han funcionado en México. En los 80, cuando se quiso prohibir los corridos por tocar las complicidades entre narcos y políticos, no solo fracasaron, sino que el género se hizo más fuerte.
Hoy, los corridos tumbados han dejado de pertenecer solo a la juventud obrera para conquistar clases medias y altas, expandiéndose a otros países y festivales como Coachella. Pretender que desaparezcan por decreto es ingenuo. Más sensato sería, como sugiere Valenzuela, educar a las nuevas generaciones para que puedan escuchar, comprender y cuestionar lo que las letras dicen.
¿Prohibir o comprender? Ese es el dilema. Y como siempre en México, la cultura popular terminará imponiéndose, con o sin permiso.
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