Explora el análisis de Daniel Maldonado sobre la cultura política e información en la era de las redes sociales y la sobresaturación mediática. Descubre cómo la percepción y la verdad se entrelazan en un paisaje informativo marcado por la disonancia cognitiva y la lucha por la credibilidad.
EL HACHA EN LA RAÍZ
Nos dominan más por la ignorancia que por la fuerza reza una de las frases comunes de la cultura política. Pero el ascenso de las redes sociales concibe una pluralidad a pesar del ruido mediático, la sobresaturación informativa, de noticias falsas o manipulaciones y omisiones respecto a los hechos, e incluso a pesar de la cámara de eco que resulta de los algoritmos.
En el siglo XXI la maquinaria mediática y aquello que Noam Chomsky llamó “la manofactura del consenso” han perdido su fuerza aunque sigue presente. La transformación del consumidor en productor, condensada en la palabra prosumer, ha inundado los canales de información con creadores de contenido e informadores y desinformadores militantes del el espectro político.
Grupos, canales, podcasts, entrevistas, espacios de crítica y análisis supérfluo y a veces profundo, recopilaciones de la historia reciente, son los materiales que la mayor parte del tiempo conforman ese contenido.
Aunque existe también la carencia elemental en el ejercicio periodístico y ese contenido represente en realidad una superficialidad ajena al contexto, más fincado por el interés de generar una percepción y cumplir con el viejo dicho de que la mentira repetida mil veces se convierte en verdad.
Aquí es donde me pregunto ¿es aún dable pensar en la posibilidad de fincar mentiras o verdades a medias? El contrapeso de la prensa corporativa, definido por el acceso a internet, parece decirnos que sí, dada su debilidad.
Black Mirror
Como en el caso del segundo capítulo de la primera temporada de la serie Black Mirror “Quince millones de méritos”, todo intento de generar una transformación en las percepciones pareciera terminar en una voz remota extraviada entre el remolino de opiniones a la carta en la cámara de eco de una supuesta pluralidad de opciones.
Cuando uno ve ese capítulo en el que un hombre encerrado en un cuarto sale para hacer ejercicio, acumular méritos (puntos) por kilómetros recorridos y con estos comprar un boleto a la fama en un reality show, puntos que termina dándole a una pretendiente, cantante con triste final; uno reconoce que algunas de las voces críticas terminan devoradas por el mercado y la ilusión de revuelta.
Aquella disidencia controlada benéfica al status quo y convierte a los yutuber y creadores en espejismos de cambio o les apapacha con la fama suficiente para sentirse figuras del espectáculo.
En los hechos la difusión informativa está bajo los designios y parámetros de las aplicaciones, redes sociales y espacios que los acogen: la censura puede llegar por una palabra que los cambiantes lineamientos, a los que sólo se les puede dar aceptar, consideren inadecuada; porque las inteligencias artificiales aducen un “discurso de odio” en una expresión coloquial o alegan racismo y otros parámetros enmarcados en la inquisición moral.
Universidades
En ciertas universidades norteamericanas se crean “espacios seguros” en los que la población estudiantil puede disfrutar una atmósfera ajena a las realidades turbulentas de un mundo sumido en la brutalidad hipercapitalista y su antiética y moral neoconservadora casi ultraderechista.
En dicha población juvenil en se atiza el infantilismo, una moral inquisidora, de aquello que llaman “corrección política”, más cercana a la neolengua orwelliana que a la presunta inclusión y respeto que dicen fomentar (en la novela 1984 George Orwell habla del modo en que las realidades terribles fueron eliminadas anulando los vocablos que las nombraban y el lenguaje en uso aplicaba sustituciones que suavizaban el peso de lo que designaban: la guerra como “no paz”, por ejemplo). Dichos espacios están trasladados a la definición del algoritmo que nos muestra aquello coincidente con nuestro consumo previo.
Es increíble sintonizar los canales de la televisión abierta o escuchar la prensa corporativa y encontrarse con la crisis que presentan: no sólo se quedaron anquilosados en la repetición de un contenido desgastado desde hace más de quince años, son sus figuras personajes de los cuales se reconoce el servicio a intereses definidos y a quienes pagan sus micrófonos y radiofrecuencias.
Crisis mediática
La crisis mediática y de información no sólo se constituye en los contenidos sino en los financiamientos de la prensa convencional: las redes sociales transformaron la dinámica de consumo y aquél lucro definido en las páginas de los anuncios clasificados y la publicidad han alejado a las grandes marcas de los espacios otrora tradicionales.
Baste pensar en cuántos anuncios publicitarios se nos presentan en un solo video de Youtube frente a la publicidad existente en cualquier canal de televisión abierta o señal de las radiodifusoras: en estos últimos es la propaganda gubernamental el motor económico que da el último aliento a la existencia de la prensa tradicional.
En esta relación se finca una dependencia ante quien es el único proveedor de recursos para el sostenimiento de la prensa corporativa. Por ello la evidente postura, amén de la visión personal de los locutores, presentadores de noticias y opinantes, en favor de la actual oposición, los gobiernos municipales y estatales.
Baste comparar el número de notas críticas a los gobiernos financistas del medio frente a temáticas del ámbito federal o internacional o incluso el evidente servilismo.
El signo político sobresaliente en los invitados y entrevistados habituales preferidos, la cantidad de organizaciones proempresariales o financiadas por figuras con intereses particulares, no sociales; los editoriales son algunos de los elementos que distinguen a la prensa corporativa como el aparato propagandístico de los gobiernos.
Ante la tradición de las empresas mediáticas mexicanas aún no hemos llegado a una prensa corporativa en la que el equilibrio en el discurso y el ejercicio periodístico tenga cabida: apenas unos opinantes, analistas y espacios como oasis se están atreviendo a cambiar a un periodismo comprometido con la verdad y con el reflejo de los hechos y no de mera propaganda benéfica para sus intereses.
Cultura política
La cultura política también se define por la participación activa. El modelo económico destroza las capacidades de cohesión social y de un ejercicio de la democracia participativa: la gente está demasiado ocupada en la sobrevivencia y en el entretenimiento como para ocuparse de participar activamente en la solución de los problemas cotidianos. Además la cultura política nos ha acostumbrado a delegar la acción o a tenerla al amparo de las instituciones definidas para ello.
Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con unas personas pertenecientes a lo que llamaríamos el cuerpo orgánico del aparato del estado. A pesar de presentar hechos concretos de información basada en fuentes comprobables, el argumento principal de esas personas no era que lo fáctico se impusiera sino que su percepción les decía que “para ellos las cosas no son así”. A esta negativa se le llama disonancia cognitiva y es un choque contra aquello que constituye un modo de pensar, se prefiere mantenerse en la ilusión que enfrentarse al peso de los hechos.
Quizás nuestra cultura política y la propia dinámica del consumo cultural e informativo, el desconocimiento de la historia reciente y lejana, no nos permiten concebir una madurez mayor para llegar a la responsabilidad social. En una época donde la distracción y el entretenimiento ocupan todos los espacios es importante bogar por la profundidad, la argumentación, el peso de los datos duros, la interpretación y el reconocimiento de las fuentes informativas.
Sociedad de la información
La sociedad de la información sufre de una oleada gigantesca de opciones que pueden llevarnos o al pensamiento cíclico o a la sobresaturación. Lo importante es reconocer que se están dando pasos en la conformación de una cultura política más amplia e informada y que los medios tradicionales enfrentan una crisis de credibilidad y un desbalance frente a las opciones en internet.
Los cambios políticos nos han llevado a cambios en el consumo cultural y a pesar de ser pequeños pasos, el desarrollo del siglo XXI nos traerá nuevas formas de información y también los riesgos de manipulación o conformación del consenso basado en la mentira utilizando las inteligencias artificiales, el aparato corporativo de la reacción derechista internacional y las posturas que intenten un retroceso en los derechos, inclusión, valoración y ascenso de los grupos anteriormente mudos o anulados.
Debemos seguir abogando por el humanismo, la información comprometida con la verdad y el ejercicio de la ética y la recuperación del civismo, el cuestionamiento a los contravalores materialistas y la preocupación por el futuro ecológico frente a un agotamiento de los recursos no renovables sobrexplotados para el disfrute efímero “en las aguas heladas del cálculo egoísta” que nos matará por hipotermia.
Contacto, funas y demás: sercianasercia@gmail.com
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