Fernando Valenzuela, más allá del béisbol, un ícono de pasión y legado

por | 12/08/2023

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En una época no tan lejana, el béisbol resonaba con una sola palabra: Fernandomanía. En la década de los ochenta, surgió un ídolo en la pequeña localidad de Etchohuaquila, en Sonora. Fernando Valenzuela, con su poderosa zurda, emergió entre sus 11 hermanos y se alzó como un faro de esperanza. El joven amante del béisbol ansiaba escalar la cima de su deporte en los Estados Unidos, un país que atraía a miles de inmigrantes mexicanos. Y lo logró, pero esto sería quedarse corto: Valenzuela reescribió la historia de los Dodgers de Los Ángeles.

Previo a su mayoría de edad, Valenzuela ya había dejado su huella en equipos mexicanos como los Mayos de Navojoa, los Tuzos de Guanajuato y los Leones de Yucatán. A los 18 años, cruzó la frontera rumbo a California para unirse a los Dodgers. Fue fichado el 6 de julio de 1979 y, un año después, se convirtió en parte del equipo principal. Aunque se le conocía como «El Toro» debido a su imponente físico, utilizó el número 34 por designación del equipo, no por preferencia. Cuarenta y tres años después, ese número se ha retirado en honor a su legado. En un acto simbólico, el Ayuntamiento de Los Ángeles ha designado el 11 de agosto como el Día de Fernando Valenzuela.

Valenzuela brilló desde su primer año, pero fue en la temporada de 1981 cuando sacudió los cimientos de la Major League Baseball (MLB) al ganar la Serie Mundial. Sus lanzamientos desde el montículo le valieron el título de Novato del Año y el prestigioso premio Cy Young al mejor lanzador del año. Ningún mexicano ni latinoamericano había logrado tal hazaña. Su famoso «screwball» (tirabuzón), una curva inusual y engañosa, confundía a los bateadores rivales. Ese año, Valenzuela no solo conquistó aficionados en los Estados Unidos, sino que se convirtió en un ícono para la comunidad de habla hispana, representando el sueño americano con su gorra que ocultaba su largo cabello. El número 34 y el apellido Valenzuela se asociaban instantáneamente con el éxito.

A lo largo de su carrera en los Dodgers, Valenzuela mantuvo un rendimiento excepcional, llevando al equipo a ganar nuevamente la Serie Mundial en 1988. Con 141 victorias a su nombre, su figura se inmortalizó, aunque se destaca particularmente el juego sin hits que logró contra los Cardinals en 1990. Participó en el Juego de Estrellas en seis ocasiones durante sus 11 temporadas en Los Ángeles. Aunque después de su tiempo con los Dodgers jugó con equipos como los Angels de California, Orioles, Phillies, Padres y Cardinals, nunca encontró un amor tan profundo como el que tenía en Los Ángeles. En 1997, a los 44 años, cerró su casillero en el béisbol más competitivo, aunque aún encontró un respiro en su país al jugar con las Águilas de Mexicali.

Más allá de su maestría en el diamante, Valenzuela se convirtió en líder de la comunidad latina en Estados Unidos. En 2015, obtuvo la ciudadanía estadounidense y el presidente Barack Obama lo nombró embajador presidencial para la ciudadanía y naturalización. Valenzuela abogó por los derechos y responsabilidades de los residentes legales. Los Dodgers, un equipo legendario, le rindieron un homenaje supremo: retiraron el número 34, un acto que otorga a un jugador una inmortalidad con rostro propio.

La historia de Fernando Valenzuela trasciende más allá del béisbol; es un legado de pasión, perseverancia y empoderamiento que inspiró a una comunidad y cautivó a un país.

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